Mara Aguirre
  Las edades de sol
 
Siempre habrá una nueva manera de someterse a la locura y redimirse por ella, calmadamente, como quien recibe la extremaunción sabiendo que aún no ha de morir y sabiendo que no cree en el dios de los cristianos, pero que por las dudas, a lo mejor que existe y entonces mejor prevenir que curar y esa serie de cosas. La locura tiene esa magia extraordinaria de cambiarle el signo a todo: embellece lo feo, enmudece el bullicio y viceversa, le otorga ese tinte de inimputabilidad a toda persona que toca con su báculo. Pero someterse a la locura, así, como quien asume ser juzgado por sus pares convencido de que habrán de ser tan imparciales como pétreos, es una decisión radical, por no decir mórbida.
Te quiero y me pesa, me duele, es una pared de ladrillos en la espalda. Soy un pobre idiota enamorado, pero si tatúo tu nombre en mi pecho con una aguja de coser y tinta china, soy un romántico, un bohemio, alguien de quien bien podrías enamorarte.
Pero eso no es lo que importa ahora. Quiero decir, no importa si te quiero o no, si soy un idiota o un bohemio, si llevo tu nombre en mi sombra o con tinta en mi cuerpo cada vez más ausente. Lo relevante es el grado de locura que he decidido aplicarle a mi vida, ahora que he comenzado a verla en cámara lenta y siento que me muero si no escribo.
Quiero salvarme, es cierto. No lo voy a negar. Pero por la locura; por la autoelevación de la locura, por este alma enferma que llevo y que hace treinta años finjo que está en su cabales, por los errores que siempre he deseado cometer, que los sueño como sueño con mujeres desnudas, algo tan natural como pelar una manzana intentando hacerlo todo de corrido y berreando si en algún momento el espiralado perfecto se rompe.
Son esas cosas, you know?
Pero no, qué vas a saber. Jamás se te ocurrió pensar en mí como alguien que un buen día pudiera decidir dejar Buenos Aires y buscar trabajo de canillita en Comodoro Rivadavia o hacer un curso de adiestrador de moscas en algún rincón del antiplano.
Te quiero y me pesa, me duele, es una pared de ladrillos en la espalda. Pero no he hecho demasiado por quitarme esta mochila de encima. Me hace desgraciado, desdichado, inútil para todo, es decir, en definitiva, un tipo relativamente feliz.
Anoche recordé tu voz a propósito de una canción. Andaba yo buscando alguna forma más de someterme a la locura y me encontré con aquella guitarra que escuchábamos desnudos, acostados sobre una de las tres estrellas de tu cuarto de hotel. Renuncié a la fábrica de cueros porque había demasiada cordura en aquel lugar, you know? Casi todos los jóvenes eran niños, casi todos los hombres de mediana edad eran padres, quien no era esposo era un depósito de alcohol para borrar la idea de haberlo sido, casi todos los viejos eran casi cadáveres y ninguno de ellos te había conocido jamás. Como digo, estaban todos demasiado cuerdos.
Pero es que si no escribo me muero.
Recordé tu voz con la canción y otra vez me dolió todo el cuerpo. Es que te quiero y me pesa, me duele, es una pared de ladrillos en la espalda. Me duele tu voz es una esquina o con una guitarra plácida y triste, me duele la idea de tus ojos y la última palabra de tu cuerpo, que se parecía mucho a un hasta luego pero quizás nunca nos volvamos a ver, es que vos podrías ser eso que busco, pero que no, que el mundo es tan grande, mi amor, tan grande, y yo ando por ahí buscándome y te encuentro en demasiados sitios como para encontrarte y encontrarme al unísono. O algo así. Tu cuerpo nunca ha sido demasiado claro en sus declaraciones.
Es que quiero ser inimputable ante tus ojos, quiero que me cambies el signo, que dejes de verme como una construcción absurda de huesos, piel, cabello y derrotas que se parece a un hombre y algo de mí te traiga el aroma de un puro humedecido en whisky, de esos que te gusta fumar después del sexo, que algo de mí te despierte en una noche de Bruselas con tu disco preferido de Coltrane haciendo esas cosas que se te dan por hacer cuando no estoy cerca. Por eso la locura, quiero someterme a la locura absoluta sin reparos ni límites, y que me lo perdonen todos pensando “Está loco” y nunca, nunca más tener que dar explicaciones.
Es que te quiero y me pesa, me duele, es una pared de ladrillos en la espalda, you know? Me enamoré como de prestado, quizás copiándome un poco de los otros amores de los otros hombres, hasta imité la irracional manía de regalar flores a las damas, aunque te haya encantando que te pidiera disculpas por el pronto fallecimiento de mi presente. Escribo porque si no me muero, es así de simple. Me he ido de Buenos Aires, me he ido de quien alguna vez me ha conocido, me he ido de los lugares que frecuentaba tan asiduamente, me he ido tanto del mundo que escribo para no seguir dudando de estar, aquí, muerto de miedo y con la angustia de un desaparecido.
No sé si la locura es una excusa para amarte de este modo, o amarte de este modo es una excusa para estar completamente loco. La pregunta es, en realidad, si necesito excusas. Porque te quiero y me pesa, me duele, tanto o un poco más que el hecho de que nunca hayamos conversado realmente y que jamás hayas entendido una palabra de mi monólogo ni yo del tuyo.
 
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