Mara Aguirre
  Relato Mínimo
 
Nos esperábamos en los palmares a las seis, siempre y cuando no lloviera. Alguien debía llevar el vino, digamos yo; alguien la fruta. A veces te olvidabas y era entonces cuando mordíamos la corteza y nos besábamos como extraños, con ese temor a tocarnos y desaparecer. Al sol lo traían las ganas de encontrarse, tu prolijidad para asentar el pasto, el olor a mandarina en mi vestido.
Tenías enemistad con las tardanzas y un vicio de reloj irrefrenable. Ochenta y nueve pasos del asfalto a mi palmera, uno por segundo, para llegar siempre en la vertical perfección de las agujas. En cambio yo corría, arrastrando la bicicleta por la hierba mientras vos contabas tropiezos y desplomes, mi pollera larga e inoportuna, el género arrancado por tus molares en estado rayo.
A vos te había enamorado mi torpeza, a mí tu orden; y así pasábamos las horas intentando odiar o parecernos. Yo te acomodaba el mantel de los cuatro esquineros en dirección al sur, vos hundías los dedos en los gajos para dármelos desechos.
De a ratos verte masticar resplandecía el verde, yo te buscaba los dientes entre restos de manzana, vos los escondías en la solemnidad de tus modales. Por eso la tragedia del olvido de la fruta, aunque después tu forma tan grotesca de beber, el alcohol rojo deslizándose en la comisura de tus labios. Cómo olvidarme de pagar dos monedas por un beso tuyo embotellado.
Hacías a veces de trompeta, I loves you, Porgy con la voz envuelta en nicotina. Yo te escuchaba deseando que te calles pero tu tos me obviaba la palabra. Entonces me pedías que dibujara casas y te reías como loco; yo garabateaba comedores, cocinas y escaleras, señoras con ruleros preparando locro para nueve, maridos con bigote y pelos en el pecho. Vos decías barroca, yo romántica y ninguno de los dos nos entendíamos.
 
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